Según el último censo de vivienda realizado por el INEGI en 2020, hasta ese momento en México había 6.15 millones de viviendas deshabitadas y 2.5 millones de viviendas en uso temporal. En este mismo censo, se puntualiza que el 28.1% de las viviendas habitadas en el país, tenía hasta 55 metros cuadrados de construcción con un promedio de ocupación de 3.6 personas por vivienda, lo que nos da una superficie habitable de 15.7 metros cuadrados por persona, además de que la mayoría de las viviendas en México cuentan con una superficie de 56 a 100 metros cuadrados, concluyendo que en el mejor de los casos los habitantes cuentan con 36 metros cuadrados para su desarrollo cotidiano.
Más allá de los datos cuantitativos, como arquitectos es evidente que no concebimos, o al menos no deberíamos hacerlo, la vivienda simplemente como un número de metros cuadrados diseñados, construidos o a construir. El núcleo vital del barrio que cuida como llamó a la vivienda el equipo ganador del concurso Vivienda Social Progresiva, impulsado en 2023 por la entonces vicepresidencia de jóvenes arquitectos del Colegio de Arquitectos del Estado de Jalisco y realizado en conjunto con el ayuntamiento de Poncitlán, con el fin de proveer vivienda digna a los trabajadores de este municipio, resume en una frase muchas de las implicaciones que tiene la vivienda, más allá de ser un número de metros cuadrados, o como muchos desarrolladores e inversionistas la ven, como una mercancía.
La vivienda es, al menos todavía en nuestro país, el núcleo vital de una sociedad, el lugar donde debería haber resguardo, cuidado y en torno a esta creación de comunidad, la vivienda no es un elemento aislado de las calles, de los parques, si es que hay, es un conjunto. En este sentido, habrá que preguntarnos como profesionales de la arquitectura.
¿Qué núcleo vital hemos diseñado y construido los últimos años para esta sociedad?; ¿Qué núcleo le estamos dejando a las nuevas generaciones?, este núcleo, ¿ayudará a consolidar una mejor ciudad? y por ende, ¿una mejor sociedad?.